Quien más, quien menos, conoce de sobra la crítica a la carencia de rigor científico por parte del Psicoanálisis. Desde los clásicos planteamientos verificacionistas hasta el falsacionismo popperiano, se produce un indisputado consenso en torno a la imposibilidad de incluir la teoría iniciada por Freud en el recinto de la Ciencia. Y, sin embargo, últimamente las cosas parecen estar cambiando. ¿Por qué? Porque la Neurociencia más puntera está a la búsqueda de sacar el máximo rendimiento posible al paradigma freudiano. En la última década, se están empezando a trazar los mapas cerebrales que puedan remitir a ciertos conceptos básicos psicoanalíticos como los de Superyo o Ello. Por no hablar de su aplicación al diseño de modelos computacionales y agentes artificiales. Testigo de lo primero son las aportaciones, desde el ámbito de la Neuropsicología, de autores como Solms o Turnbull (véase de ellos, por ejemplo, "The Brain and the Inner World", 2002). Testigo de lo segundo son los trabajos de autores de la Universidad de Viena (por ejemplo, Gruber) que, inspirándose en potentes nociones freudianas, están diseñando modelos computacionales de memoria episódica para agentes artificiales.
¿Estamos ante la antesala de una verdadera revolución, comparable, pongamos por caso, a la introducción de la teoría de los sistemas complejos en los años 50 del siglo pasado o a la emergencia de los estudios sobre Vida Artificial en los años 70, a partir de la teoría de algoritmos genéticos de Holland? O, por el contrario, se tratará de una simple moda, de un simple "bluff", más en la línea de los intentos hace décadas de aplicar la teoría de catástrofes prácticamente a todos los ámbitos. Independientemente de los frutos teóricos y prácticos que puedan perdurar de esta línea de investigación, defendemos en este artículo la necesidad de nuevas perspectivas como ésta, aún cuando las herramientas matemáticas no estén todavía lo suficientemente afinadas como para asegurar su consolidación y perdurabilidad.
Freud fue uno de los primeros autores en afirmar que nuestra vida mental opera de una manera inconsciente y que la conciencia es simplemente una propiedad de una parte de la mente. Muchos científicos cognitivos contemporáneos argumentan que la conciencia tiene una escasa importancia en nuestra vida mental y que muchas de nuestras operaciones mentales son realizadas sin necesidad de la conciencia. Por ejemplo, nosotros podemos recordar inconscientemente a través de la memoria implícita. A partir de 1923 la consciencia no será para Freud un principio fundamental organizador de la mente. Él atribuyó las propiedades asignadas previamente al sistema consciente y preconsciente, al "Ego". Pero sólo una pequeña porción de las actividades del "Ego" era consciente. Su propiedad funcional básica era más la inhibición que la conciencia. En terminología actual, la base del "Ego" sería el control ejecutivo sobre las funciones automáticas de la mente, o lo que Damasio llamaría el "yo autobiográfico". La memoria episódica, que, en definición de Schacter (1996), nos permite recuperar explícitamente las incidencias personales que definen nuestras vidas, es el elemento esencial del "yo autobiográfico". Andreas Gruber, de la Universidad de Viena, ha desarrollado en 2007 un modelo computacional de la memoria episódica, que toma en consideración algunos de los principales conceptos freudianos, en concreto, el de "Ello" y "Yo". Gruber modela la influencia de estímulos internos mediante variables como el nivel de energía, así como los niveles de "impulsos" y "emocionres básicas". Si hay un desequilibrio, los impulsos se ven afectados y pueden iniciar una conducta de búsqueda activa. La toma de decisiones en el bajo nivel es realizada en un módulo de pre-decisión que consta de los módulos de impulsos y emociones básicas. De algún modo, aquí quedaría reflejado el "Ello" de Freud. En cambio, las situaciones percibidas (el "Yo" freudiano) encontrarían cobijo en un módulo de decisión de alto nivel. Las emociones complejas interactuarían con la memoria episódica, buscando situaciones similares a la actual e incluyendo el aspecto emocional.
Es curioso cómo más de 80 años después, la Neurociencia y la Inteligencia Artificial están dirigiendo su mirada hacia el fundador del Psicoanálisis, reverenciado por haber introducido una ruptura esencial en el pensamiento de la humanidad pero, al mismo tiempo, acusado de haber encarnado una metodología acientífica. ¿Nos traerá este siglo una inesperada y fértil síntesis que sitúe definitivamente a uno de los paradigmas más rupturistas en la rigurosa senda de la ciencia?